Tras enterarme de la convocatoria del 7N, manifestación estatal en Madrid “Contra las violencias machistas”, caen (¿casualmente?) en mis manos, dos libros que me afectan profundamente. Uno es Feminicidio. El asesinato de mujeres por ser mujeres, obra colectiva editada por Graciela Atencio1, el otro, La escritura en el cuerpo, de Rita Laura Segato2.
Tanto la convocatoria de la manifestación como la lectura de estos dos libros me han permitido hacerme cargo de un afecto triste, impotente, con respecto a una realidad que, si bien punzantemente dolorosa, siempre había apartado de la centralidad de las cuestiones que me habían venido preocupando, de manera activa, como feminista. Me siento, me pienso, me vivo y desvivo como feminista. Pero mi militancia en este ámbito nunca se ha articulado en torno al “asesinato de mujeres por ser mujeres”. Desde la Asamblea de Mujeres de la Universidad Complutense, donde me inicié no solo en la militancia feminista sino en la militancia en general, hasta el grupo de investigación-acción militante Precarias a la Deriva, pasando por la okupación de la Eskalera Karakola (ahora, gracias a la PAH, se diría reapropiación, pero en ese momento ser okupas con con “k” y, además, mujeres era todo un desafío, además de un acontecimiento a partir del cual la vida nunca volvió a ser, felizmente, lo mismo), hasta hoy, en que no milito específicamente en ningún espacio o proyecto feminista, el tema de la violencia en su declinación feminicida ha sido algo en torno a lo cual nunca había sentido el impulso (¿o el coraje?) de organizarme.
Entonaría un mea culpa si esto no fuera en exceso moralista además de inútil. Optaré, entonces, por indagar en ese rechazo y por tratar de explicarme el cambio, para poder compartirlo con otras, con otrxs3, por si sirve, aprovechando la ocasión de esta convocatoria.
En este breve repaso a mi participación en espacios, proyectos y/o colectivos feministas, lo que leo es el reflejo de una manera, de las muchas posibles, de hacer política desde el feminismo. Para mí este terreno siempre ha sido el del empoderamiento, personal y colectivo. La arena de la organización autónoma: autonomía como fuga de las formas partidarias y jerárquicas de organización política, claro, pero también como desesidad4 de una habitación propia compartida. Para poder entender, de entrada, que muchas impotencias vividas como personales eran compartidas por otras y tenían, por lo tanto, causas estructurales (heteropatriarcado). Un descubrimiento que a los veinte años fue increíblemente liberador. Tras él llegó el disfrute de la autoridad, en el sentido feminista: el reconocimiento de las otras, la fuerza de la alianza política entre mujeres, el poder transformador de hacer colectivamente con las demás.
Un hacer para denunciar y visibilizar lo que rechazamos de forma radical. Por ejemplo, que el Estado o la iglesia nos impongan maternidades no deseadas, que en el mercado laboral nos siga pagando menos o que los trabajos no remunerados de sostén de la vida no cuenten en ninguna cuenta. Pero también que la publicidad aún nos represente como objetos, o que los compañeros, también los políticos, no nos terminen de tratar como iguales. Y que la calle siga siendo más de todos que de todas; y que aún sea difícil decir “no” para disfrutar en el espacio privado; y que todavía cueste decir sí para participar en el espacio público; y que la pobreza siga teniendo nombre de mujer… En definitiva, que las vidas de las mujeres sigan, en general y de manera universal, valiendo menos.
Pero un hacer, a la par y muy especialmente, para reivindicar y experimentar lo que sí queremos. Para analizar el mundo desde paradigmas que no ordenen las diferencias en jerarquías; para proponer otras maneras de hacer mundos; para contribuir cotidianamente a que el mundo sea otro poniendo en el centro lo estructuralmente invisibilizado e ignorado, lo no reconocido, ni valorado: la vida. Y desde esa diferencia (ajena a los esencialismos) de estar en la vida como mujer y feminista, elaborar y tratar de materializar en el día a día propuestas de transformación que no son para las mujeres, sino para el mundo en general, para pensar un común trenzado desde el reconocimiento de la interdependencia y la pluralidad y, de entrada, anticapitalista.
Frente a ese poder de proponer y construir, la idea de muerte, la trágica realidad de que la punta del iceberg de una sociedad patriarcal en la que unas vidas valen menos que otras se traduzca, en materia de género, en que muchas de nosotras sean finalmente asesinadas por ser mujeres, es algo que me deja paralizada.
Mi hipótesis es que esta reacción se debe, principalmente, a un rechazo general de los discursos victimizadores. La estrategia de la victimización es muchas veces funcional a una política de despotenciación, de sustracción de la capacidad de agencia, de ocultamiento o no afrontamiento de las causas estructurales de un problema. En este sentido creo que, a día de hoy, los discursos y recursos institucionales y mediáticos abordan los problemas relacionados con las violencias de género desde la construcción de un objeto victimizado. Esto no proporciona, a mi juicio,las mejores herramientas para atajar las raíces del problema. ¿Por qué? Porque se centran, casi exclusivamente, en responder a las consecuencias de la violencia y de esta, en su grado más extremo e irreversible (la violencia con resultado de muerte) pero sin acudir, a la par, a las fuentes de lo que sucede. En este sentido, tres ejemplos.
En primer lugar, los dispositivos institucionales relacionados con las políticas de género son, por regla general, más un parche que una política de género transversal verdaderamente transformadora que impregne todo el quehacer político institucional5. Por citar solo un ejemplo: en el municipio de Madrid, a día de hoy, los dispositivos de género sonrojan por su escasez y falta de recursos, y están, además, desproporcionadamente centrados en la atención a la mujer como víctima de la violencia. Así, pues, tenemos el SAVG, Servicio de atención a víctimas de la violencia de género (pero solo si esta procede de la pareja o ex pareja), los Puntos municipales del observatorio regional de violencia de género, el Observatorio municipal contra la violencia de género y el Centro de atención integral especializada a mujeres en situación de prostitución y/o víctimas de trata con fines de explotación sexual. Más allá de la atención a las mujeres como víctimas de algún tipo de violencia solo están el Espacio de igualdad Dulce Chacón y el Consejo de las mujeres del municipio de Madrid.
Entonces, ¿cuánto pueden cambiar realmente el rumbo de las cosas unas instituciones centradas en las consecuencias letales del patriarcado pero no, a la vez, en los efectos cotidianos de este último en la vida cotidiana de las mujeres en general, así como en la dotación de recursos, espacios, formación, para que las propias mujeres generen herramientas capaces de empoderarlas?
En segundo lugar, la información mediática de los feminicidios se reduce a una suerte de contabilidad y al reflejo repetitivo de una misma escena: una mujer ha muerto en tal lugar, parece que ha podido ser un crimen de género, el principal sospechoso se ha intentado suicidar. Información de si había o no había denuncia previa por maltrato u orden de alejamiento. Preguntas a los vecinos y vecinas, que algunas veces se reconocen testigos habituales de una situación de violencia y otras, más frecuentes, se sorprenden: no podían ni imaginar tal desenlace en una pareja perfectamente “normal”. Se trasmite un conteo: es la X mujer asesinada en lo que va de año, en lo que va de mes. Se recuerda un teléfono de atención que no deja rastro.
Pero ¿cuánto pueden cambiar realmente el rumbo de las cosas unos medios que no reflexionan, que no profundizan en lo que ocurre, que no abren espacios a discursos, debates o enunciaciones que vayan más allá de esa representación banal de la violencia como lacra o pandemia, es decir, de aquello que simplifica tachando de enfermedad o de causa externa a erradicar, aquello que es absolutamente estructural y funcional al sistema?
El descubrimiento del libro Feminicidio, antes citado, y de la iniciativa de la que este trata, Feminicidio.net me han mostrado la potencia y posibilidades de abordar el tema de los asesinatos de mujeres de una manera capaz de cambiar las cosas. En su registro-memoria, contabilizan que, solo de 2010 a 2013, y únicamente en España, 460 mujeres han sido asesinadas por ser mujeres. Con estas cifras es difícil no empezar a hablar de terrorismo machista. Su objetivo es convertir el feminicidio en un tipo delictivo penal, en una norma internacional del orden del genocidio y de los crímenes contra la humanidad, pero diferenciada de estos últimos. Para visibilizar, para hacer justicia, para acabar con la impunidad, para desvelar las responsabilidades estatales en este terrorismo, para conseguir la máxima desaprobación social.
Aplaudo totalmente esta iniciativa y pretendo apoyarla, en lo sucesivo, en la medida de mis posibilidades. Sin embargo, sigo pensando y apostando por una política de género que, además de socavar el heteropatriarcado desde la denuncia de su efecto más letal, se ocupe, a la par, de las mujeres en vida, de la vida de las mujeres. Y de la vida tout court. En palabras de Alisa del Re, “tenemos que pasar de una cultura de la muerte a una cultura de la vida. La palabra ‘vida’ ha sido víctima del uso abusivo de grupos religiosos y antiabortistas. Tenemos que reapropiarnos de ella. Es necesario devolver a la vida el espacio que le corresponde”6.
Por poner una imagen a esto: recientemente la versión británica de la revista Elle lanzó la campaña #MoreWomen
Y contra todas esas violencias machistas, iré a la mani del 7N. Y por la posibilidad de cambiar las cosas. Y en homenaje a todas las mujeres que ya no están con nosotras.
NI UNA MÁS: ojalá que acudamos a gritarlo tanta gente que no haya calles en Madrid para contenernos, ni oídos capaces de hacerse los sordos.
Notas al pie
1. Graciela Atencio (ed.), Feminicidio, Catarata/Fibgar, Madrid, 2015.
2. Rita Laura Segato, La escritura en el cuerpo, Tinta Limón, Buenos Aires, 2013.
3. Hago mías las palabras de Amaia Pérez Orozco, para explicar el uso de la “x” “que podríamos propiamente denominar desobediencia lingüística, en la medida en que rompe con la norma gramatical, esto es, el uso de la ‘x’ en los casos en que los genéricos no sean posibles o bien en los casos en que se quiera enfatizar el carácter plural (actual o deseado) en términos de identidad sexual y de género del conjunto social al que nos estamos refiriendo (ya que la lengua al uso no solo es machista, sino binarista). En Subversión feminista de la economía, Madrid, Traficantes de Sueños, 2014, p. 33.
4. Vuelvo a tirar de Amaia Pérez Orozco: “un nuevo vocablo para resignificar la idea de ‘necesidades’ sin escindirla de los ‘deseos’: las ‘desesidades’”, ibidem, nota 8, p. 26.
5. Como ejemplo de política transversal de género, me parece relevante señalar el programa de Ahora Madrid que, gracias al trabajo de Ganemos feminismos, supo trasladar una perspectiva transversal feminista a todos los ámbitos de actuación política. Aún queda, eso es cierto, tratar de materializar esa enorme apuesta-propuesta.
6. Estas palabras corresponden a un texto de Alisa del Re, en un libro, de próxima edición, que recoge las aportaciones realizadas por las ponentes invitadas al seminario Hacia nuevas instituciones democráticas. De la crisis al asalto de la política, organizado por la Fundación de los Comunes en colaboración con Intermediae.
Marisa Pérez Colina
Publicado en el Blog Asaltar los cielos de Diagonal el 5 de noviembre de 2015
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