Es el pan nuestro de cada día. Desayunamos, comemos y cenamos con noticias que, emitidas desde los grandes medios de comunicación, nos invitan a celebrar las marcas alcanzadas por el sector turístico. Este verano los telediarios volverán a exhibir playas atiborradas de gente y la prensa desplegará récords estadísticos en el número de desplazamientos, de ocupación de plazas hoteleras, de crecimiento del empleo.
Traducidas a cifras y a escala madrileña, las marcas son las siguientes: el 20 % de la inversión en inmuebles de uso hotelero se produce en esta ciudad, donde el turismo representa el 7,7 % del PIB en 2011 y donde en 2014 acogimos a un total de 8.300.000 turistas. En 2013, el turismo representó el 5,9 % del empleo total en la CAM. Solo en la ciudad y en el año 2015 estamos hablando de 2.093.334 personas afliadas a la Seguridad Social por actividades directamente vinculadas al turismo.
Con esta engañosa verbena de números, no es fácil enfrentarse al discurso de la creación de empleo y de la dinamización económica. Este es, sin embargo, el desafío del concepto de turistización que propone despertar del espejismo de un turismo salvador para abordar la crítica de un monocultivo depredador.
Explicación del rechazo al monocultivo turístico
Es preciso señalar, de entrada, que la llamada reactivación de la economía vía industria turística representa una nueva fase del ciclo inmobiliario que, mediante la inversión en el sector, está logrando volver a subir los precios de la vivienda en Madrid. Así ha ocurrido ya en 12 de sus 21 distritos. En el distrito Centro, que cuenta con el 34 % de los alojamientos turísticos de la metrópoli, los precios se han incrementado un 8,9 %. Este encarecimiento artifcial del precio de la vivienda pone en marcha un nuevo ciclo de especulación, en el que a la inaccesibilidad por precio se suma la inaccesibilidad por escasez debido a los cambios en la proporción entre alojamientos para residentes y alojamientos para visitantes. En los barrios de Sol y de Cortes, en el Distrito Centro, la población flotante se ha multiplicado hasta alcanzar el 50 % en 2015. Por eso la turistización es también un proceso de gentrifcación pues expulsa a unas poblaciones menos pudientes para sustituirlas por otras, con más capacidad de consumo y, en el caso que nos ocupa, flotantes.
No cabe olvidar, por otra parte, que los empleos vinculados a la industria turística (desde los alojamientos a los locales de ocio, pasando por la restauración, las agencias de viajes, etc.) son una fábrica de working poor. El sector turístico ofrece trabajo descualifcado (desincentivando la formación), temporal y a tiempo parcial (el 72,86 % de los contratos ha sido temporal y la mitad de ellos a tiempo parcial en 2014) y de salarios muy bajos. Se trata, además, de un sector experto en prácticas fraudulentas, como los contratos formativos en fraude de ley, la generación de falsos autónomos o la subcontratación de parte de los servicios a terceras empresas.
Es importante apuntar, en tercer lugar, que la especialización extrema en la industria turística es uno de los dispositivos más efcaces de conversión de recursos públicos en máquina de benefcios privados. Buen ejemplo de esto son las políticas de rehabilitación. Socialmente demandadas como instrumento de conservación del patrimonio cultural e histórico y como posibilidad, sobre todo, de que las personas residentes puedan permanecer en sus barrios mejorando sus condiciones de vida, las políticas de rehabilitación han contribuido, en Madrid, a impulsar la espiral especulativa. Este es el caso del plan de 1998 del Área de Rehabilitación Preferente de Lavapiés. De todas las críticas posibles, solo señalaremos una: la posibilidad, una vez rehabilitada la propiedad -con ayudas de hasta un 60% de dinero público- de venderla a los cinco años sin ninguna condición, esto es, a precio de mercado. El plan Mad-Re (Madrid Recupera) invierte ahora 16 millones de euros en mejoras de edifcios de viviendas. Un objetivo bienvenido a condición de no caer en los mismos “errores”, esto es, siempre y cuando sea capaz de implementar los mecanismos -ya sea ampliando el número de años para vender la casa, ya poniendo límites al precio de venta de la misma, etc.- que impidan, esta vez, su transformación en palanca especulativa.
Otra forma paradigmática de expropiación de los recursos de todos para explotación de unos pocos son las prácticas de privatización de los espacios públicos. Este es el caso, entre otros, de la ampliación de las terrazas de bares y restaurantes que, en ciertas calles y plazas, especialmente en el distrito Centro (el más saturado ahora mismo por el proceso de turistización, con una oferta de 18.598 habitaciones sin contar las viviendas turísticas), hace cada vez más difíciles los usos no consumistas del espacio público.
Marisa Pérez Colina (@alfanhuisa)
Publicado en Madrid Ecologista nº 36, verano 207
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