Últimas páginas del libro de Emmanuel Rodríguez, recientemente publicado, ‘La política contra el Estado. Sobre la política de parte’

La crisis de integración, la ausencia de instituciones eficaces para la unificación social, ha abierto las puertas a una nueva ruptura. Cuesta, no obstante, encontrar los cimientos para una renovada política de clase. Los datos sociales apuntan en dirección contraria: la fragmentación social, la individualización de las relaciones de contratación, el aislamiento, la crisis de larga data de los vínculos comunitarios. El reto, sin embargo, no es social –las condiciones sociales no producen el sujeto– sino político.

La clase responde a un proceso de unificación. Exige vínculos y obligaciones mutuas, comunidad y federación de comunidades, instituciones y formas políticas. La unificación por abajo de la clase se distingue de las formas de unificación estatal en casi todo. Si la unificación de clase es ante todo autodeterminación; la unificación de Estado es principalmente delegación, constitución del monopolio de lo político. Si la unificación de clase requiere principalmente de la federación de diferentes en tanto iguales, la unificación de Estado se impone como contigüidad de los iguales, en tanto separados y «protegidos» por el poder de Estado. Sea como sea, las posibilidades de la clase se cifran hoy, en la crisis histórica de la forma capitalista, momento radicalmente distinto al periodo de expansión industrial y de su contraparte obrera. A partir de lo desarrollado hasta aquí, podemos aventurar algunos de los retos que presenta esta nueva política de clase.

1. La clase no está dada,nunca lo estuvo. La clase es siempre formación de clase, making de clase. Este proceso resultará monstruoso para cualquier amante de la belleza teórica. Como en la historia social, y también en la historia biológica, la formación exige de la recombinación de elementos genéticamente heterogéneos, de especies dispares, de formas no convocadas a componerse. La clase no será por eso la forma histórica, al fin renacida, de la clase obrera. Su memoria, hecha revoluciones, huelgas, sindicatos y cooperativas, seguramente jugará todavía un papel decisivo, pero esta no se encontrará con nada parecido a las culturas del trabajo de finales del siglo XIX o principios del XX.

Los elementos capaces de componer la clase no resultan del todo previsibles. Algunos vendrán, como ha ocurrido en el reciente ciclo latinoamericano de formas pre-mercantiles de comunidad que todavía son capaces de organizar la vida de importante minorías, y que dotaron de consistencia a la oleada de movilización de los dos mil. También de desgajamientos, a veces rápidos y brutales, de los segmentos integrados en las clases medias occidentales, capaces de reinventar –como ha sucedido en el sur de Europa y en el norte de África– sus propias tradiciones de radicalidad democrática. Sin duda, la nueva alianza será participada por los más vulnerables, los definitivamente excluidos, los pobres y los migrantes, sobre todo de las mujeres de estos segmentos, que llevan varias décadas jalonando el periodo con luchas por los derechos y la ciudadanía, estirando las últimas formas de integración estatal.

2. La condición de la unificación de la clase no descansa en la explotación, clásicamente la explotación en el lugar de trabajo con sus correlatos contables (plus-trabajo, plus-valor). Salvo en territorios del globo muy determinados, las condiciones de experiencia no vienen homogenizadas por el trabajo de fábrica. La única experiencia que hoy podemos considerar compartida es la condición excedentaria en el proceso de creación de valor.

Tener poco valor, o un valor marginal para el capital, ser superfluo, inmediatamente sustituible es tendencialmente la condición social definitoria de las inmensas mayorías del planeta. Aquí radica la diferencia radical entre un capitalismo en expansión, que requiere todavía de abundante alimento humano, y un capitalismo que parece se desmorona sin encontrar solución a sus crisis sucesivas, y que hace de hombres, mujeres y niños simple material de desecho. La desvalorización del trabajo humanono se presenta de forma nítida y clara. Solo en la completa desesperanza de una vida miserable y condenada, o en la afirmación colectiva de una autovalorización, que ya no pasa por los requerimientos de la empleabilidad y de la producción de valor, encontramos formas ajustadas, y no fetichistas, de esta condición excedentaria.

Y sin embargo, toda la cultura contemporánea está concentrada en negar esta condición. En el núcleo íntimo del capitalismo contemporáneo, la resistencia a la desvalorización se explota en la forma de un plus de orgullo, de superación personal, de individuación que puede en última instancia salvarnos de la desgracia a través del trabajo duro, la iniciativa, el genio, el emprendizaje, El yocomo empresa opera como si el suplemento de individuación y subjetivación, que ofrecen las formas de consumo y de afirmación contemporáneas, pudiera suplir la escasa empleabilidad y aprovechamiento del capital humano. También en estas formas de subjetivación, dinámicas, afirmativas y muchas veces monstruosas existe la posibilidad de producción de una colectividad otra. Solo se requiere que esta salte de la aventura individual, del corsé de la presentación del yo, de la empresarialidad de uno mismo, para convertirse en movimiento de masas. En casi todos los movimientos musicales y culturales surgidos de las periferias del globo se observa este desplazamiento.

3. La clase no será homogénea, estará hecha de multitud de fragmentos, a veces tan dispares que una mirada externa apenas podrá reconocer más que un caleidoscopio confuso de formas en movimiento. El tránsito que lleva de la experiencia de ser para el capital a la autovalorización, y que requiere la formación de clase, se puede recorrer por vías completamente heterogéneas. Algunas parecen tan obvias que remiten directamente a la vieja clase obrera. Es el caso de los experimentos de organización de los precarios de los servicios, que en las últimas décadas han dado lugar a una multitud de conflictos: jornaleros de las multinacionales del campo, servicios de limpieza de transportes y multinacionales, trabajadores de los sectores logísticos.

En otras ocasiones, puede que la mayoría, no existe ya ninguna palanca de fuerza en los espacios laborales. Las mal llamadas segundas y terceras generaciones de la migración en las grandes metrópolis del planeta, desempleadas y subempleadas en su mayoría, sin expectativa ni futuro laboral, solo pueden encontrar formas de autovalorización al margen y más allá del trabajo. Lo mismo ocurre con las inmensas cuencas del trabajo informal de las metrópolis del sur, en donde la renta es un ejercicio de imaginación y de organización de recursos escasos, en ocasiones gracias a una suerte de producción popular para el mercado popular; en otras por medio de la inserción en los últimos tramos de la cadena de producción global. Lo mismo sucede con el trabajo de reproducción social, que recae en una increíble multitud de situaciones dispares y primariamente sobre las mujeres pobres. La reproducción, dicha en femenino, pero descargada sobre el tramo de la pobreza, se convertirá seguramente en el eje pivotal de la nueva clase.

Un epígrafe aparte merece todos los tramos sociales aparentemente integrados en los circuitos formales de trabajo, pero que progresivamente han sido empujados hacia los márgenes del trabajo regulado. Se trata de segmentos igualmente amplios y heterogéneos. Esta colección de figuras desacopladas surge de la contradicción actual entre «capital humano» y realización efectiva. La rápida taylorización y descualificación del trabajo creativo, la desvalorización de las antiguas profesiones liberales, la crisis del Estado como proveedor de posición social –a través de los cuerpos funcionarios medios y altos–, la desinversión pública en la educación superior son solo algunas de las aristas de este fin de la clase media, o lo que es lo mismo, de la proletarización de partes crecientes de la misma. La formación de la clase en estos sectores corre siempre el riesgo de perderse en los conflictos corporativos, en la lucha por la recuperación de alguna forma de meritocracia estatalmente impuesta capaz de recuperar la función del Estado como gran distribuidor de posición y privilegio. Esta es la base de la política nostálgica, que a veces se acompaña de retórica populista.

4. La oposición radical de clase se produce entre la enorme riqueza acumulada y la desvalorización creciente del trabajo. La oposición entre riqueza común y apropiación privada no se produce, sin embargo, en la vieja dirección que va de la fábrica a la sociedad. La fábrica, si alguna vez lo fue, no es ya el centro de la sociedad. Ahora es el conjunto de la sociedad lo que es expropiado masivamente y en todas sus formas.

La acumulación privada de la riqueza común se produce en su forma más abstracta: el capital financiero. Los mercados financieros son las plazas modernas de la expropiación social. La violencia se ejerce de forma molecular en la conversión de todo bien y servicio en mercancía y, después o a la vez, en alguna forma de título financiero. La financiarización, a través de la deuda, ha conseguido gobernar el futuro: su gran arma son los descuentos sobre el rendimiento de cualquier trabajo o activo.

Por eso, hoy la formación de la clase no tiene lugar dentro de la fábricaen la oposición a la patronal, que era a su vez apoyada en los momentos críticos por el poder del Estado. La formación de la clase se realiza en el terreno de una oposición más vasta, que la enfrenta con el capital en dinero, forma por excelencia del capital y también del capitalismo en crisis. En esa dirección va la relevancia que toma la deuda como modalidad de sujeción y motivo de resistencia, y también la defensa de los bienes públicos y comunes, sometidos a sucesivas rondas de privatización y de acumulación por desposesión.

En la forma de un capitalismo incapaz de producir de forma rentable de acuerdo con sus propios parámetros, la sociedad en su conjunto se convierte en el ganado y la presa de una depredación insaciable. Progresivamente el capital se vuelve parasitario respecto de formas sociales para las que no encuentra otra vía de valorización que la extorsión financiera. Tendencialmente, es este proceso lo que empuja a la clase a coincidir con la sociedad; lo que concede a la clase su potencial de universalidad. En el fin de la era del progreso y de la crisis de acumulación, todos somos proudhonianos: el capital se ha vuelto, como en los primeros tiempos, un animal parasitario.

5. La clase es una alianzahecha de pactos y micropactos a todas las escalas imaginables. La formación de la clase se produce en el doble juego de los conflictos concretos y en la federación y alianza de las comunidades que surgen de tales conflictos. En tanto no prefigurada, la formación de la clase es un ejercicio político, una opción estratégica. Ni existe como necesidad, ni está llamada a constituirse en el sujeto de la superación de la crisis capitalista. En el capitalismo en crisis no existe tal cosa como el impulso determinado del mundo nuevo, ni la negación-superación del viejo. Fin de toda dialéctica hegeliana y de toda tentación de progreso. Solo existe el mundo viejo en descomposición y las promesas de futuro que seamos capaces de sostener. La clase se hará, por eso, de sus fibras desarticuladas y luego trenzadas por abajo.

La condición excedentariano se presenta a los distintos segmentos del cuerpo social como algo inmediato. Para muchos no es un dato absoluto –la miseria de una vida sin agarraderas– sino una tendencia, un vértigo. Muchas de las nuevas luchas de clase se producen así afirmando lo que todavía existe de vínculo, de sociedad. Es el caso de los conflictos en torno al sistema público de salud tras el 15M en España, en torno a los bienes comunes como el agua o la tierra en Bolivia, o simplemente en relación con la defensa del territorio como ecosistema y forma de vida; y sin duda, es también el caso del feminismo que explotó en un poderoso movimiento en la ola global de 2018 y que pone en el centro la crisis de la reproducción de la vida –la llamada crisis de los cuidados–. En estos conflictos, la clase, o la clase dicha en femenino, adquiere todo su potencial de generalidad hasta el punto de confundirse con la sociedad, en la forma mínima de comunidades sociales concretas.

En otros conflictos, sin embargo, la claseno se configura sino como un conjunto de segmentaciones precisas de acuerdo con líneas de género, etnia o nacionalidad o de nichos territoriales específicos. Al fin y al cabo, ¿qué puede reunir al migrante recién llegado y sin papeles en la Francia actual –por solo hablar de esa provincia europea–, con el o la joven banlieusardque apenas reconoce la imagen de Argelia y Senegal en el rostro lejano de sus abuelos y en la condición de eterno excluido de la República? ¿Y a estos con la estudiante precarizada, condenada a hacer trabajos de mierda de por vida; o con el viejo sindicalista de la industria del automóvil? Salvo destellos, visibles en algunos acontecimientos, hoy por hoy, prácticamente nada.

La formación de la clase apenas puede, no obstante, saltarse ningún paso. Cada figura social, que experimenta condiciones propias de exclusión y negación debe encontrar la forma de afirmarse. La autodeterminación es la forma primera de la clase. Valga aquí revisar brevemente el debate con las llamadas políticas de la identidad, que en demasiadas ocasiones han opuesto la identidad a la política de clase, reconocimiento a redistribución. De una parte, se defiende la necesaria afirmación de un nosotr*ssujeto a condiciones especificas de exclusión: específicas en tanto responden a una condición particular (género, raza, etnia o una combinación de las tres). De otra, se argumenta que la única política fuerte, verdadera, es aquella que se concentra en las condiciones materiales compartidas, en la clase, y en la construcción de políticas redistributivas de carácter universal.

Se trata, de nuevo, de un debate mal planteado. La oposición no se encuentra entre cultura-etnia-raza y clase, entre la afirmación de una identidad específica y la clase como una realidad con una vocación unitaria-universal orientada a la lucha socioeconómica. La oposición es entre política de clase y política de integración (política de Estado), entre autodeterminación e integración, entre política y policía. La política de clase es siempre política de parte, por ende, política particular. La crítica a la política de la identidad no puede estar en la negación de las condiciones singulares y específicas de cada colectivo, y por tanto, en la afirmación necesaria de una identidad. El reto está en profundizar la afirmación propia frente a las condiciones genéricas de exclusión. Solo a partir de ahí surge la alianza de parte, la constitución de la parte.

Demasiado a menudo –es cierto– las políticas de la identidad han labrado sus propias formas de integración social, en la modalidad de derechos y políticas positivas. Pero también, y de una forma más perversa, en formas de representación social de grupo: ONGs, académicos radicales, lobbies, diputados y congresistas, etc. Paradójicamente, en estos casos, la representación de la diferencia impide la afirmación completa de la identidad, lo que aquí llamamos autodeterminación. Esta queda delegada en la representación de una identidad, reconocida como tal, e integrada como tal, en las políticas de Estado. Así, al mismo tiempo que la diferencia produce su cuerpo de «representantes diferenciados», se genera un grupo de interés que resulta simétrico al de la coalición de élites que constituye el establishment–mantengo intencionadamente el inglés– al que se pretendía combatir.

Desde la perspectiva que aquí se defiende, la política de identidad no debe oponerse a la formación de la clase. El reconocimiento como particularidad sometida y potente es el primer paso de la autodeterminación de clase. Siempre y cuando no se pierda en alguna modalidad de representación-integración, esto es, no se bloquee en su proceso de autodeterminación, la identidades la forma primera de afirmación de la clase. Resta, no obstante, un reto crucial ¿cómo se produce la alianza, cómo se articulan estas ligas de diferentes? Como se ha dicho, la constitución de particularidades políticas no supone su unidad. En condiciones subordinadas a la forma Estado, esta constitución múltiple puede dirimirse, y de hecho, se dirime en nuevas formas de competencia por los recursos, de guerra entre pobres: nacionales contra migrantes, integrados contra excluidos, pobres contra marginales, etc.

La alianza tiene su posibilidad en otra forma oposición: entre la enorme riqueza acumulada y la condición excedentaria de la mayoría. Llevado a sus últimas consecuencias, esta fractura reaparece en cada conflicto concreto. Y en cada conflicto debe encontrar los medios para generalizarse. La formación de la clase requiere así de tres componentes. (1) La traducción de lenguajes y experiencias entre sujetos que se consideran diferentes, y que normalmente están aislados en la multiplicidad contemporánea –la imagen de las grandes asambleas wobblies y sus sistemas de traducción sirve aquí de inspiración–. (2) El conflicto como forma constituyente del proceso de autodeterminación, lugar en el que se produce y se actualiza el nosotr*s de clase. Y (3) la alianza que viene sellada primero en la colaboración sostenida, y luego en instituciones comunes. La tarea de los próximos tiempos parece seguir estando en la reinvención de las viejas instituciones: el sindicato, la cooperativa y el ateneo o el centro social.

6. El contrapoder es una estrategia, estrategia adecuada a la fragmentación de la política de Estado y de la crisis capitalista. Antes que una renuncia a abordar el problema del poder, el contrapoder se comprende a partir de la crisis de la forma moderna del poder de Estado. Pero también de la crítica del monopolio de lo político.

El contrapoder, en tanto autodeterminación social, supone la construcción de un poder propio. Su fuerza está en su propia consistencia. Y esta reside en su condición: expresión sin delegación del poder de comunidades sociales concretas. Como poder concreto de comunidades concretas, el contrapoder es la única forma real, y sobre todo eficaz, en la doble crisis del Estado y la acumulación. Afirmar el contrapoder es así afirmar una política sin atajos. No hay solución a la crisis en ninguna forma de delegación: ni en la soberanía del pueblo-Estado, ni en el partido salvador.

A pesar de su vieja memoria, la figura del contrapoder no constituye, por tanto, una apuesta inactual o anacrónica. Antes bien, el contrapoder es la forma de la política en la fragmentación del Estado como instancia soberana. En su forma más banal, constituye también la modalidad política de los poderes neoliberales extraestatales: grandes empresas, tribunales privados, centros off-shore, lobbies, etc. De hecho, la nueva poliarquía global se forma tanto como el resultado de la crisis de la acumulación, que como resultado de la acción de estos poderes que minan, desbordan y determinan la acción de los Estados.

La política de clase articulada a esta escala de los poderes fragmentados se despliega, por tanto, como una política del contrapoder. Su estrategia es la estrategia del contrapoder. Seguir afirmando, como hace la mayor parte de la izquierda y también de la derecha antisistema, el Estado contra el mercado, o si se prefiere el Estado contra la oligarquía, es seguir afirmando una política impotente, incapaz de enfrentar aquellos poderes cuya fuerza está más allá del poder de Estado. Constituye además una política que despotencia las construcciones sociales autónomas. Una política que integra la potencia social en la mediación y delegación de Estado. En el mejor de los casos, se presenta como entretenimiento y desviación de fuerzas en la construcción de nuevos aparatos de Estado. En el peor, confía toda arma y toda herramienta a la única instancia de regulación que le va a quedar al Estado: la brutal afirmación de su monopolio sobre la violencia.

Emmanuel Rodríguez (@emmanuelrog)