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En La Villana de Vallekas, en Madrid, tenemos la buena costumbre de contar/nos nuestra historia para no olvidar lo aprendido y para que la gente nueva sepa que nuestra lucha viene de lejos, hecha muchas veces por desconocidos. También para comprobar que el capitalismo nos sigue las pisadas y no ponernos tristes cuando ganamos y parece que perdemos, cuando nos cambian las preguntas. Y para saber distinguir las tendencias largas de las cortas, para apreciar lo nuevo que nace y lo fundamental que permanece, e inventar espacios y herramientas que nos permitan fortalecerlo/nos.
Este es un resumen de las hipótesis que tenemos entre manos, pero que se sostienen sobre experiencias y reflexiones que vienen de lejos, de los últimos 15 años y que se han construido en colectivo. Solo se pondrán en práctica nuevas hipótesis si las elaboramos juntos.
Sindicalismo social en el corazón de los Centros Sociales
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de la necesidad de nuevos partidos que entraran en las instituciones para devolverlas a la ciudadanía. Pero poca gente incide en la necesidad de repensar los sindicatos, a pesar de la brutal necesidad que tenemos de estructuras de defensa y ataque colectivas. Los sindicatos de concertación ni siquiera amagan con una transformación interna; los sindicatos alternativos no terminan de saltar fuera de los lugares de empleo. Sin embargo, parece que la crisis no se va a acabar y seguirán aumentando la precariedad y el desempleo; “el fin del empleo” es algo que hasta los capitalistas anuncian.
En los últimos años se han desarrollado iniciativas que pueden servirnos para imaginar los sindicatos del futuro. Son grupos basados en el apoyo mutuo, que enfrentan problemas propios pero se enmarcan en una lucha mayor, que emplean la acción directa y la pelea legal. Son como sindicatos pero en el campo de la vivienda, la salud o los cuidados. Tienen más que ver con los sindicatos de principios de siglo XX que con los actuales: aquellos pusieron en marcha cooperativas de vivienda, economatos, ateneos populares, cajas de resistencia, mutuas de todo tipo. A este tipo de sindicalismo, para diferenciarlo del existente, más centrado en lo laboral y salarial, se le suele llamar “sindicalismo social”. Estas iniciativas, además de pelear y ejercer derechos, son espacios de politización y empoderamiento de sus miembros, que generan vínculos más allá de la cuestión en conflicto y crean comunidades de apoyo e intercambio: la base material y afectiva para seguir luchando.
La Villana de Vallekas, ya puede pensarse, en este sentido, como un sindicato: nos asociamos para pelear y para desprecarizarnos; tenemos una pata de vivienda, otra de sanidad, un economato, una caja de resistencia y actividades lúdicas y de formación; y tenemos una «casa del pueblo” financiada por afiliados. Pero las distintas patas no están integradas ni se muestran como parte de una misma idea. ¿Podríamos estirar la hipótesis de las Oficinas de Derechos Sociales, de la que formamos parte, y llamarnos tal cual, Sindicato LaVillana? ¿Podríamos federarnos con otros para tener más alcance?
Generar un sindicato en red con otros sería una posibilidad. Llamadnos “red de sindicatos de precarios, autónomos y desempleados”, las figuras más comunes en el tiempo por venir, con quienes queremos luchar. O pivotar en torno a otras figuras menos laboral-centristas, como deudores, inquilinos o cuidadores. Habría sindicatos de todo tipo, porque de distinto tipo son las injusticias a las que nos enfrentamos, tanto en el lugar de trabajo como en el banco, en la bolsa como frente a la burocracia. Sus sedes estarían en centros sociales e igual que “stop-desahucios”, habría “stop-despido” y “stop-deportación”. Una red de sindicatos territorializados que luchan a partir de conflictos cotidianos en distintos campos, componiendo comunidades movilizadas más allá de empleo.
Aunque cada sindicato fuera particular, nos unirían demandas universalistas y revolucionarias en el sentido de que no perseguirían mejorar lo existente sino ser la base de transformaciones profundas del sistema. Quedar atrapados en su sector y en las mejoras corporativistas ha resultado mortal para los sindicatos actuales; esto les impide desear el cierre de su empresa o el fin de su sector, aunque sean perjudiciales para el bien general. Las Mareas han sido un ejemplo iluminador en este sentido. Se exige el sostenimiento de un común, no solo los empleos asociados.
Estas demandas universalistas se propondrían además al resto de la sociedad y construirían el imaginario de una posible sociedad futura organizada por otros principios; formarían también la base de legitimidad y de generación de empatía hacia la red de sindicatos, por ejemplo: Igual trabajo, igual salario; reparto de la riqueza a través del reparto del empleo y de renta para trabajos sociales (“proyectos remunerados” vinculados a estudios, cuidados y otros servicios sociales, actividades culturales y relativas al medio ambiente o emprendimientos productivos); defensa de los servicios públicos universales ampliados (a la vivienda; al derecho al cuidado, a cuidar y a no cuidar); impuestos a las finanzas y aumento de impuestos a grandes empresas y fortunas; abolición de las deudas odiosas…
Habría que reinventar herramientas de lucha. Tenemos los dispositivos de sindicalismo social, que son herramientas de defensa (apoyo mutuo y acceso a vivienda, alimentación, caja de resistencia, ocio…) y de ataque (señalamientos, okupaciones, encierros…). Para las reivindicaciones universalistas y para el apoyo a las luchas de otros sindicatos de la red, habría que seguir pensando nuestras “huelgas”, las de precarias y endeudados, cuidadores y sin papeles, ¿huelga social? ¿huelga urbana? Si los sindicatos de esta red se movilizaran al mismo tiempo, podríamos ensayar esas nuevas huelgas multisectoriales, multiterritoriales, multiescalares: ocupar sucursales a la vez que centros de salud y supermercados, cortar calles y redes, inventar acciones por un conflicto concreto que sirvan para una pelea estatal. La integración (o destrucción) del sindicato de fábrica hacia centrales mayores en la Transición fue una razón importante de su pérdida de potencia de lucha; las huelgas en cadena de apoyo o en solidaridad con otras fábricas iniciaron las peleas más potentes. No lo olvidamos.
Pequeños sindicatos arraigados (con una base material y comunitaria que les permita sobrevivir) y federados (para el apoyo mutuo y las reivindicaciones universalistas) pueden tener más capacidad de acción que estructuras burocratizadas y centradas en lo laboral-salarial. Porque no peleamos por «más y mejor empleo»; para que la dependencia de un empleo escaso y precario no determine nuestras posibilidades de vida, debemos pelear por la vida buena como un todo.
¿Por donde empezar? La iniciativas que ya existen, que enfrentan de forma sindical distintos conflictos, podrían federarse y nombrarse red de sindicatos. Cada uno a su manera, con composiciones distintas, con vidas de diferente duración. Reconocerse y ponerse metas comunes. Podrían/mos ganar en potencia y visibilidad. Y abrir un nuevo imaginario de lo que es y puede un sindicato a partir de centros sociales y de prácticas de apoyo mutuo. Sigamos discutiendo y poniendo en práctica; solo lo que imaginemos y ensayemos juntas llegará a ser realidad. El Mak2 es un momento imprescindible en este sentido. Esta red no existirá mañana mismo. Pero puede que exista antes de que veamos con nuestros ojos un partido realmente democrático.
Beatriz García | La Villana de Vallekas/Fundación de los Comunes
Publicado en Diagonal el 16 de enero de 2017
Compañeros y compañeras, desde el respeto por el trabajo que estáis realizando quiero deciros que el sindicalismo que necesita la clase trabajadora es el de clase y combativo. Eso que decís del sindicalismo social es un híbrido entre una organización política y un sindicato que de poco le sirve a la clase obrera para luchar por sus derechos en el puesto de trabajo