Con las elecciones del 26J casi podemos dar por concluido este frenético ciclo electoral. Un 69,84% del electorado acudió a las urnas el domingo, optando un 33% por validar el Gobierno de Rajoy, dirigente del partido que aumentó en 14 su número de escaños y recogió 7,9 millones de votos. Un resultado que hace valer su estrategia de campaña basada en el miedo y a través de la que, a falta de datos para un análisis más exahustivo, han logrado movilizar a su electorado apelando al manido “voto útil” y rozando, en ocasiones menos ridículas que otras, las predicciones más catastrofistas. Pero no. No hemos venido a hablar de la campaña del PP.
Unidos Podemos se configura como tercera fuerza política en el Congreso con el respaldo de 5 millones de votos, más de un millón menos que en las elecciones del 20D. Encuestas y sorpassos aparte, la abstención (que aumenta en casi 3 puntos) se antoja como una clave a estudiar para acercarnos a entender lo que ha pasado. Es cierto que la no participación soporta casi todas las interpretaciones, pero los hechos hablan: la coalición Unidos Podemos ha perdido el apoyo de 1,2 millones de votantes. Votos que sí reflejaban esas encuestas de las que ahora no queremos escuchar.
No son pocas las voces que apuntan hacia una campaña mal planteada que, en última instancia, no habría conseguido movilizar a la base social que sí apoyó a las formaciones que forman la confluencia en las citas electorales electorales anteriores.Una estrategia de campaña que no ha integrado ni motivado. No sólo para contribuir de forma activa a la campaña, tampoco para acudir el domingo a votar. Un enfoque el de Unidos Podemos que, a la vista de los resultados, no ha conectado con el deseo de cambio de gran parte de la sociedad y que tampoco ha logrado el deseable desborde que pusiese el broche a la campaña con iniciativas de comunicación autónomas, paralelas y masivas. Algo parecido a lo que se vivió el año pasado en Madrid durante la última semana de campaña para las elecciones locales, cuando una audiencia creativa “iconizó” el personaje de Manuela Carmena. Una sociedad organizada que logró reinventar el mensaje electoral.
La campaña, ya antes del 26J, se decía “moderada” y estaba, mediáticamente, muy concentrada en el espacio televisivo. Situación que contemplamos en diciembre y que implica a los principales partidos: la política como circo mediático, favorecido por el relativo interés que despierta entre la población la época de cambio político y dirigido por los grandes grupos empresariales de comunicación de masas, conscientes del poder perfomativo de este espectáculo.
¿Ha favorecido la exposición televisiva la conexión de Unidos Podemos con su electorado?
Podría ser esta una fórmula que recogiese el apoyo de las personas indecisas, pero que puede no haber sido efectiva para movilizar a mucha gente que sigue deseando el cambio político pero no votó por la formación. Podría ser parte de esa gente que el pasado 15 de mayo decía a El Objetivo (La Sexta) que “la plaza no es un plató”. Las reglas de la política no son las mismas que las de los medios de comunicación de masas y, teniendo en cuenta el ecosistema de medios actual y el auge de la comunicación en red, es fácil que la mayoría de la opinión pública esté lejos de ese discurso mass media que frivoliza e impone su lógica del entretenimiento. Hay gente, en definitiva, que ni se cree ni se entretiene con la telepolítica.
Atendiendo al presupuesto de las dos últimas campañas (en la web de Podemos), se aprecia un importante incremento en el gasto destinado a publicidad. Destaca entre las partidas lo presupuestado -si bien aún no se ha publicado la ejecución definitiva de 2016- para el Plan de Medios y Redes Sociales, que pasa de 86.500€ en 2015 a los 342.000€ para la última campaña. Una apuesta por el marketing político y la imagen que ha desplazado la discusión política y que puede haber sobreestimado la influencia de estas herramientas sobre la opinión pública a la vez que propiciaba el hastío entre quienes se identifican con los discursos y marcos de origen.
Se vuelve necesario analizar la influencia que la televisión tiene sobre nuestra realidad política y cuestionar ese espejismo de cercanía que impone sus significados y significantes priorizando el abultamiento de los índices de audiencia. Cabe preguntarse si aceptar las reglas del espectáculo de los mass media favorece la efectiva comunicación del mensaje. Está claro que la notoriedad pública que da la televisión facilita la labor comunicativa, pero ¿hasta qué punto participan los y las votantes o simpatizantes de Unidos Podemos de esta mediatización?
La idea de comunidad y red, uno de los ejes que vertebra el movimiento 15M, no ha estado integrada en el show mediático de las últimas campañas electorales, especialmente en la última. La interacción de los candidatos ha vuelto a estar centrada en el entorno televisivo, que tiene una credibilidad discutible, cuanto menos. Esta estrategia, a la vista del resultado, no ha favorecido una comunicación participativa que moviese y visibilizase a las bases, que se han limitado a asistir -a veces sí y a veces no- al espectáculo de focos.
Ana Encinas
Publicado en El Salmón Contracorriente el 29 de junio de 2016
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