Cabía sospechar de la existencia de (suponemos) difíciles y espinosas negociaciones. Sobre la mesa estaba la voluntad de Pablo Iglesias de infligir algún castigo sobre quien aspiraba a derrotarlo; y la necesidad de Íñigo de conservar al menos la mayor parte de su aparato burocrático, tan minuciosa y laboriosamente construido. El silencio nos indicaba que algo importante se estaba hablando. En ambos bandos se asistió a una semana de práctica ausencia de hostilidades. Pero también de análisis. En el centro de la disputa, estaba el centenar largo de liberados que Errejón controla dentro de la plantilla del Podemos estatal, y de los que el segundo de a bordo pedía conservar, al menos, la mitad. Se trata de palabras mayores. Mejor dejar los debates políticos para quien los quiera o se sirva de ellos.
Y por fin, el acuerdo. Como era de esperar este no atañe a la orientación política del partido; de hecho, está por ver que se pueda superar la actual fase de confusión e impás. (Cuando “ganar” es la única idea fuerza, y no se gana, queda poco que decir). Inevitablemente, el acuerdo es un acuerdo sobre el aparato. Y este ha consistido en darle una vía de salida a Errejón: “Quédate con Madrid; ahí seguro que podrás colocar a los tuyos”.
En apariencia, es una victoria de Iglesias, que condena a Errejón a ocuparse de un asunto menor, un “territorio”. Un lugar que, por mucha centralidad que tenga, es el único en donde parece imposible afianzar el gobierno de una sola facción del partido. En el “pantanal madrileño” habitan el suficiente número de depredadores como para que los de Errejón nunca puedan llegar a ser la especie dominante. Efectivamente, Iglesias ha confiado en que anticapitalistas, municipalistas, activistas de movimiento, todos ellos poco o nada inclinados a Errejón, mantengan a raya a los suyos. Aparentemente una jugada inteligente, pero quizás sólo aparentemente.
Con Madrid, Errejón recibe lo que fue su primera aspiración cuando se inició la carrera armamentística por el control del partido. Si recuerdan fue en Madrid donde se abrió la crisis de Podemos tras la dimisión de varios consejeros, en connivencia con el antiguo secretario de Organización, Sergio Pascual. La operación suscitó posteriormente la intervención de Iglesias, el cese de Pascual y en el plazo de unos meses la convocatoria de una asamblea ciudadana regional, en la que el candidato de Iglesias, Ramón Espinar, venció a la candidata de Errejón, Rita Maestre.
Quizás algunos todavía confíen en que este compromiso es realmente una solución para el partido, que por fin se llega a un acuerdo, aunque sea tan trapacero. Mucho más probable, sin embargo, es que sea sólo el preludio de nuevas batallas. A Errejón se le ha concedido no un “territorio”, sino algo verdaderamente grande: va a afianzar su posición en el feudo que consideraba su trampolín inicial para la toma del partido. Aún desconocemos lo que serán sus próximos pasos, pero seguramente estos se materializarán en distintas operaciones dirigidas a ampliar su influencia tanto por abajo (la toma del consejo municipal de la mano de Rita Maestre), como por arriba (los pactos territoriales con otros Podemos autonómicos). Al final de la “hoja de ruta” se puede intuir la batalla final, casi seguro antes de las próximas generales. Sin darse cuenta, quizás Iglesias ha cometido su error definitivo. Mucho más razonable parecía conservar a su segundo cerca de él (secretaría y portavocía incluidas), al tiempo que destruía su “aparato”. Al fin y al cabo, lo que parece claro es que Iglesias va a asumir los marcos de la moderación y el pacto con el PSOE que pertenecían a Errejón, y que sin duda maneja mucho mejor que él.
Aunque es evidente que esto tiene poco o nada de democracia, y en absoluto de nueva política. Aquí sólo hay poder y reparto, tal y como los medios de comunicación explotan a su antojo. Conviene avisar de cómo será el procedimiento en este partido “donde decide la gente”. En pocos días o semanas se publicará una nueva consulta al puesto de secretario autonómico. La candidatura de Errejón será apoyada por Iglesias y Espinar dará su aval en posición de reverencia. A los críticos (anticapitalistas principalmente) se les planteará entonces el dilema de presentar un candidato alternativo, lo que a la postre legitima el plebiscito pero organiza la crítica; o denunciar la consulta como el paripé que es.
Sin duda estarán sometidos al chantaje que emitirá sin descanso la máquina ideológica podemita: el interés de la unidad y el “plebiscito” como norma de democracia. Contra esta última habrá que decir, en cambio, que estamos ante una consulta decidida únicamente en interés del reparto entre las dos principales facciones del partido (Errejón-Iglesias), diseñada a pocos meses de la asamblea madrileña donde se eligió a otro secretario general y en la que no habrá debate público, y si lo hay se hará sobre la base de una asimetría total de medios (unos van a las televisiones, otros no). No es una consulta democrática, sino un plebiscito. Sea como sea, para aquellos comprometidos con el “cambio”, la cuestión de fondo parece que ya no está en Podemos.
En las condiciones de aguda degeneración política, y ante el estruendo de las carcajadas que en los consejos de grandes empresas y las direcciones de los otros partidos causa el a veces grotesco espectáculo de los morados, cabe plantearse, ya sin tapujos, si Podemos es o no una herramienta política útil. En la respuesta hay que incluir dos elementos. El primero es que tenemos Podemos para rato: este no va a desaparecer aunque sólo sea por la inercia que tiene todo aparato ligado a las instituciones del Estado. Pero si no se va más allá de Podemos, lo que incluye generar nuevas herramientas institucionales y electorales, seguiremos atrapados en la alternativa de votar a los groupies de Juego de tronos o no ir a votar.
Emmanuel Rodríguez (@emmanuelrog)
Publicado en Ctxt el 19 de febrero de 2017
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